Salir del armario recoge una serie de obras realizadas a partir de 1998 por Carlos Pina y por Maria Cosmes, tanto individual como colectivamente bajo el nombre de Stidna!. Con esta serie pretendíamos llevar a la práctica un acercamiento persona a persona entre nosotros como artistas y los asistentes, percibidos como un conjunto de personas concretas y no como un colectivo abstracto y anónimo.

Salir del armario (F34.1/F60.5) es una serie sobre la imaginería psicoterapéutica, basada en nuestro propio tratamiento. Hacia 1997, tras dos años de medicación, Maria Cosmes y yo empezamos a coleccionar cajas y prospectos de los diferentes fármacos, ansiolíticos, antidepresivos e hipnóticos, que nos iban prescribiendo, en total más de 30 especialidades distintas. Este material se fue empleando puntualmente en nuestro trabajo colectivo y se acabó convirtiendo en la base casi exclusiva de mi trabajo artístico individual, especialmente en la performance pero también en instalación y joyería durante los años 2000 y 2001.

La serie utiliza tanto los psicofármacos que nosotros, al igual que una buena parte de la población adulta de nuestro país, hemos venido tomando -de forma irregular o continuada- desde mediados de los 90's, como los test psicológicos, todo ello en un tono jocoso y desacralizador, bien desde la acción, bien desde la instalación o la intervención urbana. Tampoco hay que negar el carácter catártico de este trabajo después de muchos años de terapia con psicofármacos y psicoterapia. Salir del armario es el reconocimiento público de una realidad, un tratamiento al que como muchas otras personas estamos sometidos y que la mayor parte de las veces se oculta y se niega por estar asociado en nuestra cultura al tabú de la locura.

En esta serie planteamos de nuevo una vieja pregunta: si tantas personas en nuestra sociedad necesitamos esta medicación, ¿quién está enfermo, nosotros o la sociedad? No obstante la seriedad de este tema, hemos querido dar a nuestro trabajo en esta serie un cariz más lúdico, precisamente para desdramatizar el tema y hacer ver que la manifestación pública de esa realidad no es, en absoluto, una tragedia. Por el contrario, el reconocimiento de los unos en los otros y el diálogo establecido a través del humor o la ternura, allana el camino para establecer una relación más distendida y mucho más amigable entre nosotros y los asistentes a nuestras acciones.

El interés personal en la psicoterapia no se traduce en este caso en lecturas de los clásicos psiquiátricos o psicológicos sino en un fetichismo centrado en la imaginería terapéutica. La colección de las cajas y prospectos de psicofármacos, la recopilación de recortes de las secciones de divulgación de los periódicos, de los informes médicos, el cambio del nombre por el diagnóstico son parte de ese proceso de trabajo desmitificador.

La idea de unificar los trabajos en el terreno de la imaginería terapéutica nació tras visitar la exposición "La colección Prinzhorn, trazos sobre el bloc mágico" que se celebró en el Museu d'Art Contemporani de Barcelona, y constatar que este tipo de exposiciones ofrece una muestra del arte creado por enfermos mentales presentado siempre como una visión del mundo interior de los enfermos, pero nunca tratan del entorno cotidiano del enfermo mental, la terapia.

 

Vivimos en un mundo esquizoide, que ensalza al individuo para después dejarlo solo y desgraciado frente al poder, frente a sus semejantes y frente a sí mismo. Por otra parte, las instituciones recogen el malestar de esos seres que viven solos y lo desmenuza, le resta importancia, convirtiéndolo, en el caso de la institución arte, en objeto de contemplación.

El arte que pretende hablar del individuo casi siempre está hablando del individuo en abstracto y los artistas se abstraen tanto que llegan a hacerse ajenos para los demás, incluso los que declaran su proximidad al público. La antropología ha servido también para dar una pátina humanista al discurso artístico llamado de vanguardia, tanto el altamente tecnologizado como el que se pretende alternativo. Se usan términos como símbolo, ritual, etc., sin conocer realmente su significado. Precisamente, dentro de la antropología no se habla del individuo más que dentro de la sociedad y en función de ésta, o de un supuesto verdadero sistema de pensamiento -perversión de nuestra sociedad occidental que habla siempre de un individuo abstracto- y hay prejuicio, pudor o vergüenza de incluir al individuo como lo que es: una persona muy concreta que vive una vida real y no abstracta, evidentemente en un contexto personal y relacional, cultural, social e histórico determinado.

Sin embargo, ese individuo concreto ha sido relegado al limbo de lo psicológico y cuando sale a la luz se le encuadra dentro de alguna psicopatología. Por otra parte, la misma sociedad que se comporta de esta forma suele tildar al artista de psicótico o neurótico, y lo instituye heroicamente como tal a la vez que niega al individuo "no artista" que se manifiesta diferenciado, so pena de clasificarlo dentro de una categoría de anomalía abstracta.

Desde Stidna! hemos pasado de la crítica artística social abstracta a cuestionar ese limbo en el que estábamos y nuestra relación con los demás. A partir de aquí empezamos a revisar nuestro propio discurso y a hacer una crítica del mismo, planteándonos nuestra práctica artística en tanto individuos concretos inmersos en nuestro propio contexto determinado y rodeados por un conjunto de relaciones concreto con los demás. Actualmente esa práctica se enriquece tanto de artistas como de no artistas, añadiendo nuestra propia vida -exponiéndonos ante los demás- a nuestro trabajo, reflexionando sobre nuestra actitud como seres humanos en concreto y no como artistas en abstracto.

 

Cuando vamos a la farmacia y vemos los medicamentos que despacha circunspectamente el farmacéutico nos decimos a nosotros mismos: aunque no se diga, no estamos solos. Por eso, hay que salir del armario.

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