[Acción sin público, Barcelona, 16 y 17 de septiembre de 2000]


16 de septiembre. Me despierto pronto, como siempre. Como cada vez que siento malestar en los últimos tiempos me vienen pensamientos de autolesión, como si el malestar pudiera irse sangrando. Me siento irritado y agotado. Pienso en romper un cristal de un puñetazo para que se sepa lo mal que me encuentro. Decido abandonar bruscamente la medicación, consciente de que es solo un gesto para llamar la atención. Paso un día mucho mejor de lo habitual, lo siento como uno de los más felices en mucho tiempo, estoy risueño y alegre, más locuaz, con menos angustia. Sonrío, miro a mi mujer, levanto el puño y le digo: "venceremos". Nos reímos. Salimos. Compro un libro, "El siglo después de Béatrice" de Amin Maalouf. Cenamos fuera. Nos reímos. Tardo mucho en conciliar el sueño, ligero e intermitente. Duermo unas seis horas.

17 de septiembre. Después del sueño me levanto con mareo leve, que va en aumento. Estoy tumbado en una esterilla. Me duele todo. Sonrío, miro a mi mujer, levanto el puño y le digo: "venceremos". Nos reímos. Empieza el dolor de cabeza y las náuseas. Estoy tumbado en una esterilla. Me duele todo. Sonrío, miro a mi mujer, levanto el puño y le digo: "venceremos". Nos reímos. Ella me mira con preocupación. Vomito una y otra vez, ya no me queda nada por vomitar; tengo descomposición. Estoy tumbado en una esterilla. Me duele todo. Sonrío, miro a mi mujer, levanto el puño y le digo: "venceremos". Nos reímos. Ella me mira con cariño y preocupación. El dolor de cabeza se hace insoportable. Mi mujer llama a la psiquiatra. Ya no estoy siquiera irritado. Estoy tumbado en una esterilla. Me duele todo. Sonrío, miro a mi mujer, levanto el puño y le digo: "venceremos". Nos reímos. Ella me mira con cariño. Me sonríe. Las náuseas remiten, el dolor de cabeza sigue. Estoy tumbado en una esterilla. Ella me mira con amor. Sonrío, la miro, levanto el puño y le digo: "venceremos". Ella sonríe, me mira, levanta el puño y me dice: "venceremos".


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