Fundació Espais, Girona, febrero 2005


fotos: Maria Cosmes, Óscar Pina, Àngel Vilà
vídeo: Maria Cosmes

La última parte de esta performance en proceso tuvo lugar a lo largo de toda una tarde en la Fundació Espais de Girona.

En esta acción desplegué toda una serie de elementos sencillos relacionados con la idea del proceso de reconstrucción personal que estoy haciendo desde hace cinco años: figuras de niños y niñas hechas con las cajas de los medicamentos que me había tomado y que había ido guardando; las agendas de los diez últimos años, la memoria de lo que había hecho; los últimos recortes de diario de mi antiguo archivo de prensa. También utilicé otros elementos que había utilizado en acciones e instalaciones anteriores: un electroencefalograma ampliado a grandes dimensiones, un paso de cebra construido con prospectos de medicamentos, etc.

La importancia de esta acción venía dada por el hecho de que sería la última vez que utilizaría estos elementos, puesto que a partir de entonces, ya no coleccionaría más cajas de medicamentos, ni agendas antiguas, ni mantendría un archivo de prensa inútil. Además, todos aquellos elementos que no utilizara a la acción irían a parar a la basura.

Otro de los elementos centrales era el artículo “Deber de memoria”, de Federico Mayor Zaragoza, que ya había usado en la acción del mismo título que realicé un tiempo antes. Este deber de memoria es para mí una cuestión importante, no tanto por el hecho de estar recordando permanente la historia, sino por el hecho que considero que tenemos una responsabilidad hacia las generaciones futuras para preservarlas de los sufrimientos sucedidos en el mundo a lo largo del siglo XX, algunos de ellos anteriores a nuestro nacimiento, pero otros vividos a lo largo de nuestra existencia, y evitar su banalización y falsificación.

Durante más de cuatro horas, estuve realizando diferentes acciones en torno a la bola construida en la parte anterior del proceso, enganchando sobre la bola del mundo las figuras de los niños y las niñas que iba recortando. Los restos de los recortes las iba tirando en el interior de la bola, hasta llenarla. Con la ayuda de unos moldes de un niño y una niña hechos con latón y cobre, iba también dibujando figuras de niños sobre los diferentes papeles desplegados. Además, iba hablando con los asistentes, explicándolos la acción e invitándoles a participar. Para mí fue especialmente intenso el momento en que las dos niñas empezaron a jugar, puesto que para mí su participación era una parte importante de la acción. Algunos de los asistentes recogieron también algunos recortes de diarios, de esa memoria común de la que yo me quería deshacer, por considerar que se había convertido sencillamente en un lastre.

Como fondo, se proyectaba continuamente el vídeo que grabé de la construcción de la bola en la segunda parte de este proceso, en el que aparecía de manera superpuesta hasta tres veces, por transparencias, y en el que la banda sonora estaba dividida en dos canales diferenciados, el primero de la primera parte de aquella grabación y el segundo, de la segunda. La voz, deliberadamente, no era inteligible en la mayor parte de los momentos, pero se podían captar pequeños trozos del espíritu de lo que pasó en Horta de Sant Joan mientras construía la bola.

Acabado el tiempo, la bola del mundo, aquella bola construida sobre la memoria de mis sufrimientos pasados, quedó completamente cubierta de figuras recortadas de niños y niñas, y su interior lleno de recortes, de los restos de los elementos utilizados. Todo el resto fue a parar a la basura, sin ninguna pena por parte mía.


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