Horta de Sant Joan, febrero 2005 )
La segunda parte de este proceso tuvo lugar en Horta de Sant Joan y fue una acción sin público, sólo para la cámara.
Primero construí una bola de yeso a partir de una pelota de playa, dejando un pequeño agujero sin cerrar.
Colgué esta “bola del mundo” del techo de una casa medio derruida en Horta de Sant Joan. Para la acción utilicé toda una serie de notas sobre mi estado anímico que había ido tomando los momentos de mayor malestar. Muy pocos de dichos documentos estaban datados o lo estaban de manera incompleta, lo que complicaba todavía más su contextualización.
La acción consistía al ir leyendo esas notas, enganchándolas posteriormente sobre la bola. Mi intención era construir el sustrato de mi mundo, sobre los sufrimientos pasados, para utilizarlo como base para la tercera parte de la acción, en la que completaría el proceso de reconstrucción de un nuevo espacio de futuro para mí sobre los restos del pasado. Todo el proceso se grabó con una cámara de vídeo fija y, además, el audio se grababa en un ordenador portátil al que tenía conectados unos altavoces, lo que provocaba de vez en cuando acoplamientos entre micrófono y altavoces, provocando periódicamente tonos estridentes en la grabación final.
En un momento dado, después de casi dos horas de acción, me di cuenta de que lo que estaba haciendo ya no tenía sentido para mí. De repente, entendí la absurdidad de revivir y remover los sufrimientos del pasado, como si no hubieran existido buenos momentos. Decidí entonces que lo que hacía falta era dejarlo atrás de una vez, puesto que esta relectura del pasado no me daba ninguna indicación de mi presente, y mucho menos ninguna pauta de futuro.
La acción entró, pues, en una nueva fase, en la que tenía que terminar lo que había empezado, la construcción de la bola de mi mundo, mi sustrato, pero ya sin leer los textos. A partir de entonces, sólo enganchaba los papeles y reflexionaba en voz alta sobre este descubrimiento y las razones que me habían traído a cambiar de idea de una manera tan radical. Todo este proceso también fue grabado igualmente.
Cuando acabé la acción ya era de noche. Sólo conservé un par de aquellos papeles, una serie de consejos conductistas tan bienintencionados cómo inútiles que me había dado uno de mis terapeutas, para quemarlos en la chimenea de la casa en la que me alojaba. La bola permaneció toda la noche en la casa medio derruida, para ser retirada el día siguiente a la luz del sol y con las ventanas abiertas, para completar de este modo todo el recorrido simbólico de descenso a los infiernos y la posterior ascensión.
Todo el material grabado fue tratado por ordenador para crear un vídeo que acompañaría a la bola durante la última parte de la acción.
Por un lado, fui superponiendo los diferentes trozos del audio grabado en la primera parte para hacer una única pista de sonido, casi ininteligible pero en la que se podían entender claramente de vez en cuando pequeños fragmentos, para mostrar un pequeño esbozo de todas aquellas notas que había ido tomando, de mi diario de los sufrimientos pasados. En el otro canal de audio se oían las reflexiones de la segunda parte sin modificaciones, más pausadas y a veces incoherentes.
Por otro lado, superpuse las imágenes grabadas en vídeo por transparencia, hasta llegar a aparecer por triplicado en pantalla haciendo la acción; dos de las secuencias mostraban la primera parte de la acción donde, a lo largo del tiempo, se podía apreciar cómo la bola suspendida del techo iba descendiendo lentamente hasta llegar al suelo, y la tercera imagen correspondía a la parte final de la acción donde ya no leía sino que sólo enganchaba y hablaba.
El resultado del vídeo refleja la intención que tenía de mostrar la multiplicidad fragmentaria y difusa con la que los demás nos perciben. El mismo vídeo se podría considerar como una obra en sí misma, más allá de la simple documentación de la acción.