La Casa Encendida, Madrid, diciembre 2005


vídeo: Maria Cosmes y Anne Seagrave

Esta acción unifica y cierra las distintas líneas de trabajo en las que he venido trabajando en los últimos cinco años, en que he realizado cerca de una cincuentena de performances, instalaciones, intervenciones urbanas, joyas de artista y objetos, así como poemas visuales.

Entre 2000 y 2001, me centré en la serie F34.1/F60.5 (Salir del armario), basada en mi propio tratamiento psicoterapéutico.

Entre 2001 y 2004 me dediqué sobre todo a la serie En torno, basada en la destrucción ritual de los objetos, principalmente papeles, que había ido acumulando a lo largo de los años, hasta 25, algunos de ellos. Lo importante en este caso era poner en su contexto, tanto personal, como histórico y político, aquellos papeles de los que me deshacía, incidiendo especialmente en el por qué los había guardado en su momento, en la razón por la cual los había conservado durante tanto tiempo, y, finalmente, en los motivos que me llevaban a deshacerme de ellos en ese preciso momento.

Poco a poco, esa dinámica sufrió una inflexión sutil; inicialmente, todos los restos de mis acciones quedaban atrás y no recuperaba ni conservaba nada, hasta que, de repente, me di cuenta de que ese proceso destructivo se había convertido de facto en un proceso de destrucción para la reconstrucción, en el cual construía objetos tangibles, que conservaría, y en el que se hacía patente que la destrucción formaba parte de un proceso más amplio, artístico y personal, para dejar atrás los lastres del pasado y hacer sitio para algo nuevo.

De todo el trabajo de estos cinco años quedan, sin embargo, dos cuestiones que considero cruciales. Por una parte, la destrucción de documentos, algunos de ellos con un cierto valor histórico o testimonial, plantea el tema de lo que representa dicha destrucción dentro de la llamada “sociedad de la información” en la que se supone que estamos inmersos, que a mi entender no es sino la “sociedad del ruido”. Y si nos dicen que la información es riqueza, su destrucción tiene un carácter inequívocamente ideológico, por subversivo. La otra cuestión que queda en el aire es la incómoda pregunta acerca de que si tantas personas en nuestra sociedad necesitan medicación para mantener una vida “normal”, ¿quién es el que está enfermo, nosotros o la sociedad?. En esta obra se unen, pues, el inicio y el fin de este ciclo de trabajo artístico y a la vez personal, devolviendo de nuevo el protagonismo a lo ideológico.

A lo largo del año 2005 empecé a trabajar en el concepto de la cruz, por una parte debida a una serie de situaciones muy negativas vividas a lo largo del último año, pero, sobre todo, en la idea de la cruz que cada uno de nosotros carga consigo.

Por otra parte, ya desde hacía tiempo que no trabajaba con los prospectos y cajas de los medicamentos que me habían prescrito, aunque todavía guardaba las pastillas que habían ido sobrando tras los sucesivos cambios de medicación, un último lastre que me ataba a un proceso ya demasiado largo y que deseaba romper con todas mis fuerzas. A lo largo de esta acción, fui construyendo el molde de una cruz en yeso a partir de unas maderas, mientras iba relatando todo el proceso del ciclo, apoyado por un vídeo que recogía las diversas partes del mismo. Una vez finalizada la cruz, la rellené con el resto de pastillas que había ido guardando, con la ayuda de adhesivo instantáneo y, finalmente, clavé la cruz sobre un bloque de arcilla, erigiéndose la cruz como símbolo de mi Gólgota particular.

Me gustaría remarcar que siempre he defendido la utilización de la tecnología mínima necesaria, no habiendo precisado nunca grandes medios, ya que casi siempre mis acciones están basadas en el habla. Quizá por ser una obra de conclusión, he querido sintetizar la parte final del proceso en un vídeo, en el que, además, recupero mis orígenes como músico, a principios de los 90.

Como he dicho en otros de los textos, una frase traspasa esta serie, que es a la vez una obra de conclusión y una obra de iniciación, una frase de la artista Fina Miralles, por quien siento una especial estimación, más allá de la admiración por su obra. Decía Fina: “Solamente aquellos que tienen la inocencia de los niños, y cogidos de la mano del monstruo, podrán cruzar la puerta del jardín del paraíso”, y añadía: “yo soy mi monstruo, y mi monstruo me quiere y me sonríe”. En estos momentos me siento muy identificado con ella.


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