Catch-as-catch-can, Taidepanimo. Lahti (Finlandia) abril 2004
En esta acción construí una “zona de juego para niños” a partir de diferentes papeles que había guardado en mi estudio, mientras iba poniéndolos en su contexto personal, social e histórico.
En esta acción quería hablar, sobre todo, de la marca Barcelona, que vende tanto bien en todo el mundo, intentando situarla en un contexto histórico más amplio.
En primer lugar hice una alfombra con unos fascículos sobre la época que va de la proclamación de la República el año 1931 hasta el fin de la Guerra Civil española en 1939, que fueron editados alrededor del año 1976, en plena época de transición política y recuperación de la memoria histórica en nuestro país. En esta primera parte, quise explicar a los presentes la historia de nuestro país, una historia a menudo desconocida, después de cuarenta años de dictadura y, especialmente, por la amnesia que comportó la transición política española, que cada vez se revela menos “modélica” respecto a aquello que nos quieren hacer creer.
Después tomé el programa oficial de la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Barcelona, en la que estuve presente, e fui arrancando hojas, haciendo aviones de papel y lanzándolos hacia el público. Con las tarjetas de visita que demostraban mi participación en la organización de aquel fastuoso acontecimiento, fui construyendo castillos de naipes. Por ironías del destino, cada vez que parecía construido aquel castillo en el aire, se venía abajo, hasta que me vi obligado a enganchar las tarjetas con cinta adhesiva, para sostenerlas.
Más tarde hablé del Fòrum 2004, que estaba a punto de empezar, desplegando un mapa editado por diferentes colectivos contrarios a su celebración, llevando yo mismo una camiseta con la cual yo también mostraba mi disconformidad con el acontecimiento y su espíritu, que no veía muy diferente al espíritu de los Juegos; un espíritu que, habiéndolo vivido desde dentro de la organización, era de lo más alejado del teórico espíritu del olimpismo.
Mientras, iba hablando con ironía de Barcelona, “la mejor ciudad del mundo en la que ser turista” (como anécdota, al final de la acción, uno de los presentes me corroboró que opinaba lo mismo) y de lo que para mí representaba vivir en una ciudad que era un circo permanente, una zona de juegos, un parque temático orientado al turismo y no a los ciudadanos.
Para acabar, colgué de una de las paredes de la sala la declaración de la República Catalana que hizo el Presidente Macià, república que no tendría muchas horas de vida.
Documentos históricos, testimonios de los grandes fastos recientes, en fin, papeles, aviones, castillos de naipes, todo quedó allí, para terminar en la basura.
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